EL DÍA QUE VOLVIÓ A NACER (Parte II)
... El carro debía permanecer apagado por unos minutos, la falla era más una maña del vehículo que otra cosa. Estando estacionado, Antonio conversaba con su copiloto, un amigo que era el único acompañante que quedaba en el carro luego de ese viaje lleno de placer de aquel día. Fastidiados por el calor, cansados por el día tan largo y después de ese solazo en la playa, decidieron arrancar para irse finalmente a casa.
En cuestión de segundos el aire de olor "playero" de su noche se transformó en otro con mezcla de sudor, metal, sangre y alcohol. Cuando el automóvil estaba ya encendido y disponían a irse del lugar, aparecieron dos hombres de la nada. Eran morenos, flacos, altos, con lentes de sol en plena noche; uno llevaba una chaqueta color crema, el otro simplemente una chemisse a rayas. El primero se acercó a la ventana del conductor y el segundo a la del copiloto.
En solo un instante, uno de esos hombres desenfundó la pistola de su chaqueta beige, una 9 MM automática para ser más preciosos; con ella apuntó a Antonio directamente en la sien y le pidió que no hiciera "nada estúpido" si quería vivir. El "compañero de las rayas" no tenía armamento alguno, pero procedió a agarrar los celulares que estaban a la vista y se los guardó en el bolsillo.
"Nunca olvidaré el sonido metálico de cuando se carga un arma automática, jamás lo había escuchado", contó Antonio afirmando que tampoco podrá dejar de recordar el olor a "alcohol barato" que profería el aliento de ese delincuente.
Le pidió que se bajara del carro, Antonio ni se negó ni asintió, su reacción fue una sola: intentó arrancar; pero el hombre de beige se metió por la ventana. Con casi medio cuerpo dentro del carro, cambió la palanca poniéndola en P nuevamente, con la facilidad que confiere un vehículo automático. Hecho esto, retiro su cuerpo por la ventana; nuevamente apuntando a la cabeza del piloto y gritando: "no te pongas bruto, porque sino te mato". Intentó abrir la puerta, por lo que debió retirar la pistola de su objetivo, Antonio aún no sabe el por qué, pero en ese mismo instante repitió su osadía, pero esta vez logró acelerar y arrancar.
Todo sucedió en cámara lenta para estos amigos. Justo en el momento en que Antonio acelera, escuchan una detonación. Éste se queda sordo momentáneamente del oído izquierdo no sabe que pasó pero acelera mucho más e intenta perderse por las calles, cruza en la primera cuadra a la izquierda yen la siguiente a la derecha.
Euforia, gritos, mucha adrenalina, paranoia, muchos sentimientos juntos y encontrados. Antonio y su compañero huían de la delincuencia sin percatarse durante unos minutos lo que realmente pasaba. Le habían disparado a quema ropa, el tiro había atravesado su mano izquierda entrado por la parte anterior y saliendo por la palma, también rozó su antebrazo derecho y por último impacto en el tablero de su carro.
Manejó como pudo, sentía que iba a desmayarse y sangraba a torrentes. El dolor llegó un poco después. Su compañero desesperado no sabía que hacer, sólo presionaba la mano herida con la fugaz idea de hacer que Antonio no perdiera tanta sangre. Llegaron como pudieron a la clínica El Ávila ..
Cuatro largas horas duró su estadía en aquella sala de Emergencias donde lo atendieron. Tiempo en el que le limpiaron las heridas, le hicieron radiografías, habló con doctores y por último policías.
Un oficial de PoliChacao se acercó a la clínica por recibir un llamado que indicaba la llegada de "un herido de bala". Tras escuchar lo sucedido simplemente hizo un comentario: "corriste con suerte, no te paso nada, puedes mover bien tu mano, no te daño nada y si hubieses entregado el carro capaz te matan".
Con esa sincera opinión de la justicia de su ciudad, Antonio sintió una especie de "consuelo" que luego se convertiría en indignación, pero solo le agradecía a Dios el haberle "regalado nuevamente la vida, fue como vol ver a nacer".
El recuerdo no sólo lo llevará consigo en las huellas físicas que dejó la delincuencia en su cuerpo, sino en ese modo de vida al que se adaptó final y tristemente bajo la realidad que vive su país en la culminación de la primera década del siglo XXI; así como el hay muchos casos que se ven diariamente en las calles venezolanas. Sin embargo, las plegarias antes de salir de casa, para él, seguirán siendo una constante.
Ernesto Ocando
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